Un once de marzo de 1973 mi alma decide emprender un apasionante viaje aterrizando en este plano físico con las siguientes coordenadas: sol, mercurio y venus en piscis, luna en géminis, ascendente en virgo, júpiter en acuario, neptuno en sagitario… : inicia el sueño y los ingredientes perfectos y necesarios para ese camino se van sucediendo desde un diseño magistralmente orquestado por una sabiduría universal que lo gobierna todo. 

Desde el marco educacional de analfabetismo emocional, hasta todas y cada una de las experiencias y personajes que he ido atrayendo a mi vida, mi máximo aprendizaje siempre tuvo lugar en este instante. 

En el viaje, que durante algunos años experimenté en tiempo lineal y otros mágicamente circular, grandes maestros aparecieron como expertos guías entre la oscuridad del juego de imágenes de la percepción. 

A mis maestros:  la soledad, el silencio, la muerte, la aceptación y el amor, a ellos agradezco profundamente su presencia constante, ellos zarandearon (y siguen zarandeando cuando es preciso) todas y cada una de mis ramas y hojas muertas para que lo superficial e innecesario pudiera desprenderse y así vaciarme, ellos permitieron que el propósito de mi alma pudiera emerger, ellos entrenaron paciente y radicalmente mi mente para que poco a poco dejara de ser un obstáculo para mi auténtico aprendizaje. Ellos me mostraron cómo entrar en contacto con las heridas autoinflingidas y navegar por mi más desgarradora oscuridad y atravesarla, me mostraron como ir en dirección hacia el dolor en lugar de huir de él anestesiándolo, me ayudaron a soltar mis resistencias a la vida, me mostraron la humildad y el coraje que son precisos para hundir mis alas en las arenas movedizas del sufrimiento y poder tomar la decisión de soltar ese amarre por puro agotamiento, punto de inflexión determinante para seguir, pero ahora desde la autoindagación consciente, un sendero mucho más simple, honesto, flexible y amoroso.

Soltar el apego al sufrimiento aligeró notablemente mi equipaje, el victimismo se transformó en responsabilidad de mi propio mundo interno, en confianza, en creatividad, en pasión por la vida, en una profunda comprensión desde el corazón y en un inmenso agradecimiento a todos los fantasmas que había ido atrayendo hasta entonces y que fueron desvaneciéndose en el instante en el que dejé de otorgarles el poder de atacarme.